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Dice la leyenda que hubo una vez, en la Patagonia, un bandido loco, asesino y cuatrero que aparecía y desaparecía como un fantasma, en cualquier lugar y en cualquier momento, para robar y matar caballos por centenares y comerse solamente sus lenguas.

Durante las primeras décadas de su colonización, la Patagonia, una tierra feroz y lejana, era un mundo donde se forjaban hombres rudos. La lucha contra la naturaleza salvaje y las pasiones humanas de una vida de frontera, hacían que esta tierra indómita fuera un lugar donde matar podía ser tan fácil como morir.

La vida de Ascencio, en este mundo de barbarie, era una vida extraordinaria. Poseía un nombre particular, ganado a causa de su nacimiento el día de la Asunción de la Vírgen, y sus orígenes parecían perdidos en la bruma del pasado. Ascencio era un baqueano como pocos lo eran; un conocedor de la geografía de la región y de todos sus secretos; un experto en la caza, en el manejo de los caballos y en todas aquellas destrezas que le permitían sobrevivir en un territorio inhóspito; y como todos los gauchos, era un amante de la libertad que le daba el paisaje infinito de las pampas y cordilleras, donde compartía con sus caballos, las distancias, la soledad y el silencio.

En la Patagonia bravía de esos tiempos se tejieron las historias de Ascencio Brunel. Sus sorprendentes aventuras, contadas inicialmente al calor de los fogones, y relatadas en varios libros después, se hacían cada vez más asombrosas. Los autores parecían competir en sus descripciones, y aunque ya era el cuatrero más grande de la Patagonia, terminaron convirtiendo a Ascencio en el Hombre Salvaje de Santa Cruz, un bárbaro demente come lenguas, sanguinario asesino de bestias y de hombres.

Pero a pesar de esa imagen perversa, había otros que lo hacían parecer como un bandido bondadoso, que era incapaz de matar a un semejante, que fue obligado a robar para las policías corruptas, y de quien era difícil decidir si era una víctima o un villano.

Fue así como los relatos de su vida, contados o escritos en el límite de la realidad y la ficción, hicieron nacer la leyenda de Ascencio Brunel, El Bandido Fantasma de la Patagonia.

ARMANDO ÁLVAREZ SALDIVIA

Nació el 28 de octubre de 1962 en la localidad de Puerto Natales, en el corazón de la Patagonia austral. Pertenece a una antigua familia pionera de la región y actualmente ejerce su profesión de médico traumatólogo en la misma ciudad donde nació.

Vivio sus primeros años en Peninsula Roca, en los canales de la Patagonia occidental, y gran parte de su infancia en una estancia a orillas del Seno de Última Esperanza. Durante su juventud, trabajó como guardaparque, como marinero de embarcaciones menores y en diferentes tareas rurales. Su gran interés por la geografía, la cultura y la historia de su tierra lo ha llevado a recorrer gran parte de la Patagonia y de la Tierra del Fuego, tanto en Chile como en Argentina, realizando excursiones a lugares reconditos del territorio a pie, en kayak o en bicicleta.

Es miembro fundador del Centro de Estudios Históricos de Última Esperanza y, como tal, junto con otros, trabaja en el rescate histórico de la identidad patagonica.